El Venado Amistoso (Cuento)
Don Sebastián “El Ermitaño” como solían llamarle las personas del pueblo, vivía muy solo en una pequeña cabaña detrás de unos riscos toscos muy cerca del río.
Don Sebastián era un hombre tranquilo, honrado y trabajador. En sus noches solitarias tocaba la guitarra contemplando las estrellas. Cantaba mirando al infinito como queriendo pedir compañía, y al arreciar la noche, sentía que cada vez estaba más solo. Caía rendido de sueño, pero así lo deseaba para no pensar en su soledad.
Este ermitaño triste no contaba más que con una guitarra, un par de botas viejas y antiguo rifle que le permitía llevar el sustento a casa. Pero, ¿cómo se mantenía? Con algunas cosechas de su huerto, pesca de camarones y la caza de algunos animales silvestres que merodeaban por su cabaña.
Cierto día, dispuso Don Sebastián adentrarse en la montaña para cazar un venado y llevarlo a vender al pueblo. Lo cierto es que sentía un poco de temor, porque la cacería de este animal estaba prohibida y el lugar había sido vedado por las autoridades. Pero, finalmente sin hacer caso a tales prohibiciones, procedió con su plan.
Después de mucho caminar, sus botas que eran muy viejas, terminaron por romperse y quedó casi descalzo. Parado sobre una piedra, el ermitaño las tomó en sus manos para tratar de remendarlas, y justo en ese momento divisó un venado que sagazmente se deslizaba entre los matorrales. Rápidamente apuntó con su rifle y disparó. El tiro lastimó al venado en una pata. Don Sebastián corrió a ver dónde había caído su presa, pero con mucha dificultad porque estaba descalzo.
Cuál no sería su sorpresa cuando al llegar a su víctima esta le dijo:
_ Te ha costado mucho llegar hasta mí porque estás descalzo. Lo mismo que sientes lo siento yo y aún más porque estoy herido._
Don Sebastián casi muere del susto, pero enfrentó la realidad.
El pobre venado, quejándose de dolor por su patita herida sugirió:
_ ¿Por qué no me ayudas? Yo soy inofensivo, no le hago daño a nadie._
Saliendo de su asombro, Don Sebastián terminó de remendar sus botas y se echó al hombro al animal para dirigirse a su cabaña.
_ ¡Discúlpame! _Decía _ yo solo quería ganar un poco de dinero con tu venta.
De esa forma intercambiando frases, llegaron a la cabaña donde el ermitaño curó la pata del animal.
Don Sebastián se sentía muy angustiado por lo que había sucedido. Casi no podía creerlo y pensaba que se trataba de un sueño. Pasados los días, el venado iba mejorando y en las noches, cerca de la hoguera, conversaba con el ermitaño sobre sus correrías en la montaña. Contaba cómo muchas veces escapó a una bala de algún cazador furtivo y cómo muchos de sus congéneres y otros animales iban desapareciendo de su hábitat. Ello se debía por una parte a la cacería indiscriminada y por otra, a la destrucción progresiva de los bosques. Escaseaba el alimento y sus viviendas eran destruidas. Don Sebastián escuchaba y guardaba las ideas en su corazón.
Desde entonces, Don Sebastián no está solo. Su cabaña que ahora tiene muchos arbolitos frutales y flores por doquier, es visitada todos los días por gran cantidad de ardillas, conejos, pajaritos, y venados. En las noches sigue entonando sus canciones favoritas en compañía siempre de un hermoso venado.
_Gracias Don Sebastián. Tu y yo seremos amigos por siempre y la madre naturaleza te favorecerá._
Tolstoy dijo:
«Si un hombre aspira a una vida correcta, su primer acto de abstinencia es el de lastimar animales»