Leyenda Negra

Una antigua leyenda del lugar pregona, que en una época muy remota el último bichozno de José llamado Aarón, que en hebreo significa “El Iluminado” salió de África a rodar con setenta parejas de súbditos negros, con el fin de conocer otros mundos.

La caravana atravesó el desierto, cruzó por ríos, lagunas y lagos; trepó los montes, surcó océanos y mares.
Cuando llegó al océano pacífico los sobrevivientes se embarcaron en siete balsas donde viajaban siete parejas en cada una; en la balsa principal viajaba José con siete parejas de su seguridad y confianza.
Los aventureros sin itinerario y destino viajaron con vientos huracanados, lluvia, truenos, rayos y centellas; una noche de tormenta los tripulantes de la balsa líder perdieron contacto con las demás.

Sin embargo, por esas cosas que no tienen explicación humana, guiados por la brújula de Dios, luego de una larga travesía y mil vicisitudes, cuando las caracolas, con los rayos de la luna, brillaban como estrellas en la playa, después de veintisiete años de aventura, llegaron al sitio que hoy se conoce como “África”, bello y alucinante balneario de la costa ecuatoriana situado en la Parroquia Montalvo, Cantón Rioverde, Provincia de Esmeraldas.

Los navegantes esperaron las balsas restantes por varios años. Al ver que no llegaban las dieron por desaparecidas: Aarón con sabiduría celestial, al verse acompañado de la tripulación de solo cinco balsas, bajo la bóveda azul de un mundo desconocido, por los sufrimientos y dolores compartidos los llegó a querer más que a sus hermanos.

El líder aventurero al encontrar en la rada natural osamenta de peces, animales, fósiles de caracolas, patadeburros, conchas y ostras, así como un banco de cerámica con figuras humanas religiosas, aves, animales y otros objetos, dedujo que ese lugar había sido habitado por seres humanos pacíficos.
Un cierto día que se encontraba caminando por la solitaria playa, en la nublada lontananza divisó basura orgánica bajar por el río, lo que le hizo pensar que aguas arriba vivía gente.
El intrépido viandante, cuya curiosidad era mayor que sus temores, sin pérdida de tiempo inició su nueva aventura.

En efecto, un buen día dejó, en las aguas termales del África esmeraldeña, veintiuna parejas y con la estrella del alba avanzó con el resto por las aguas mansas del río Ostiones, con la intención de hacer amistad con las tribus ubicadas en sus riberas.

Mientras navegaba, acompañado de una resplandeciente luna, aguas arriba, la aventura resultó fascinante, con curiosidad miraba: arañas gigantes de patas rojas, grandes tenazas y techo azul, pájaros gigantes, con un pico que le colgaba cual filuda espada, y otras aves marinas que se columpiaban en los copos de unos árboles milenarios.
Mientras la fascinación continuaba unos metros más arriba miraba cómo, el espejo del agua del río, se trizaba cuando millares de asustados peces, en loca estampida saltaban en distintas direcciones, cayendo unos cuantos dentro de la balsa.

Conforme subía la frágil embarcación por la estrecha cuenca del río aumentaba la magia, tanto que en cada pestañear la pequeña delegación avistaba un pez multiforme, un ave variopinta, una planta cargada de frutas fragantes, un árbol gigante, una flor exótica, un animal desconocido, una nueva planta, una nueva sombra.
Era tan singular la belleza del lugar que el líder de la misión, mientras subía fatigado por la corriente, cantaba con exultación, en su idioma, esta original canción:

Canto ceremonial

¡Dios! Tú sabes que un día salí
del valle ardiente del Rift,
que en mi aventura pasé
por desiertos y humedales,
por bosques y pedernales;
que volando las cascadas
y saltando mil peldaños
trepé a las altas cumbres
donde el trueno en su estallido
despierta al volcán dormido.

Nadé en los grandes lagos
y envuelto en las trombaduras
de violentos remolinos
bajé sin aliento al mar
y una ola milagrosa
me tiró muerto en la arena,
que sosiega al ancho mar;
sin embargo, no esperé,
ni tampoco yo soñé
con un paraíso igual.

Un jardín con los destellos
se las flores del Edén,
con auras de libertad
y soles de la eternidad.
Donde el canto de las aves
me llevan a la montaña,
a la fuente encantada:
donde el aire huele a selva,
donde el aire huele a río,
donde el aire huele a malva.

Tierra donde llueve miel,
miel de la prosperidad,
edén de la primavera,
parasol de vida en flor.
Donde todo es armonía,
donde todo es amistad,
donde todo es alegría,
donde todo es bondad;
donde germina el amor,
donde florece la paz.

Canto que repetía, conforme se agitaban los remos de la frágil embarcación, con gran gozo y determinación, toda la congregación.
Cantando la improvisada canción, extasiados al mirar las fantasías del mítico jardín tropical, poco antes de la hora crepuscular llegaron a una playa que tenía la forma de una peineta de plata gigante, donde se bañaba una angelical Princesa.

El esbelto extranjero de cuarenta años, ojos de esmeralda y mar, cuya piel parecía corazón de caoba, al mirar el resplandor de la náyade ojos de jade, cayó deslumbrado, a los pies de la diosa de la selva. Al volver en sí, se enamoró perdidamente de la primorosa mujer.

El astuto Cacique, padre de la bella Naraa*, al ver las intenciones del extranjero; para probar su lealtad y la pureza de su amor, lo obligó a trabajar para la tribu por el tiempo de 1278 días.
Sin embargo, como si la prueba fuese poca, el Cacique, luego del trabajo forzado al que lo sometió, como para refrendar su confianza lo hizo trabajar seis meses más partiendo tres nudos de un guayacán costeño gigante y tres de un milenario cascol, con una sola hacha de piedra.

Superado el período de prueba, que más que prueba fue un calvario, la discordante pareja, después de cuatro largos años de una sufrida relación amorosa, se dio el baño de la perfecta armonía en la pila de la felicidad sempiterna; piedra que se renueva segundo a segundo con el agua cristalina que purifica las almas, agua que brota de las entrañas de la peña de la salvación. Luego se casaron de conformidad con los rituales de la tribu de la singular Princesa.

El día de la ceremonia la alegría fue más grande que cien mañanas de sol, la encantada Purificación lucía más pura, más linda y más radiante que las lunas de Orión; la aldea fue decorada con pétalos y fragancias de las flores más bellas del lugar; la fiesta se llenó de tanto amor y color, que comenzó en cuarto menguante y terminó con la luna llena.

Después de la esplendorosa boda el Cacique Pajta*, que en español significa Sol, quedó más feliz que un cucarachero* enamorado; puesto que con grande gozo decretó:
”¡Esta histórica fecha es la más importante para nuestro pueblo, por tanto, será recordada como el día del aniversario de nuestra nueva tribu!”.

Por su parte los negros, en medio de danzas, rituales y ceremonias africanas también se casaron; al compartir arte y folklor formaron una nueva tribu llamada “MACHÍN”.

El Príncipe y su linda esposa vivieron felices por muchos años en la mágica jungla montalvina.
Sin olvidarse de sus hermanos; todos los meses llevaban plátano, maíz, yuca, cacao, bacao, frutas silvestres y otros frutos del campo, frutos que sus compañeros de aventura (que dejaran en la playa encantada del África ecuatoriana) los cambiaban por pescado, langostas, langostinos, bregué, camarón, reculambay*, patadeburro, almeja y spondylus adultas, delicias del mar que eran cuidadosamente preparadas para el deleite de los exigentes paladares de los jerarcas de la tribu.

La pareja vivió muchos años y siempre enamorada de la naturaleza.
Todos los miembros de la tribu se reunían en el pozo conocido como el pan, sacrificando el último cuarto de luna del año, para ofrendar lo mejor de sus mieses, sus peces y sus animales al Dios de la Luz Inmarcesible, el mismo que se encuentra más allá de los cielos conocidos, cuyo brillo y esplendor es más grande que las estrellas, la luna y el sol.
Mas, si el comienzo para los amantes de la selva fue sacrificado, el final de sus días fue maravilloso, ya que partieron, tomados de la mano de este mundo, dejando una gran descendencia de una nueva raza, la mestiza, raza bendita de la que me siento orgulloso, porque de su linaje soy yo.

Glosario

Machín: Cultura precolombina esmeraldeña, lugar donde encontré valiosas piezas de cerámica negra.

*Reculambay: Extinto camarón de mar color verde, que vivía en la arena, primo hermano de la langosta; especie endémica del perfil costanero de la provincia de Esmeraldas.

*Cucarachero; Pájaro pequeño saratano, que anida en las madres de las casas campesinas, cuando se enamora orquesta unos ademanes y una danza ceremonial alucinante. 

*Naraa: En el idioma Chapalá, del pueblo Chachi esmeraldeño, esta palabra significa bonita.

*Pajta: En el idioma Chapalá, del pueblo Chachi esmeraldeño, esta palabra significa sol.

 

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Adolfo Ortíz Rodríguez

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